Durante algunos días de la semana pasada estuve en el DF para realizar gestiones y para visitar a algunos amigos. Entre el ir y venir del Metrobús me sorprendió un breve anuncio pegado a un poste. Una invitación a una marcha cuyo fin será conmemorar los diez años de la huelga universitaria de 1999. La marcha iniciará en el monumento a Álvaro Obregón, aproximadamente a unas cinco cuadras de CU, y terminará en la Torre de Rectoría con un toquín, así anunciado, gratuito.
Esto me concierne pues dejé Tampico en 1997 para estudiar Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es preciso que aquí diga, con orgullo, que obtuve el segundo puntaje más alto de todos los aspirantes que presentaron el examen de admisión. Ése tan temido por los egresados de las Prepas de la UNAM y del CCH, quienes se aferran al famosísimo "pase automático".
Tuve la fortuna de contar con excelentes maestros y de hacer grandes amigos que, a la fecha, aún frecuento. Entre ellos figuran notables poetas, traductores, artistas y académicos; hombres y mujeres que ahora, más que nunca, resultan tan necesarios para un país como el nuestro.
También fui testigo de todos los abusos que se cometían en nombre de la tan mal entendida "autonomía". Tales como los vendedores ambulantes, la piratería extendida en el suelo de los pasillos, los 'ideólogos de vanguardia' pertrechados en algún salón "tomado para la causa", y la vagancia de los compañeros que a sus cuarenta años aún entraban a clases para desertar a medio semestre. Esos que fumaban mota en Las Islas y a quienes era común encontrar discutiendo acaloradamente en la cafetería. Los que sólo saturan los lugares disponibles. Pero ¿qué la educación no se imparte sin distinción y para todos? En aquel entonces, poco o nada sabía yo del movimiento estudiantil anterior inmediato (CEU), ni de lo que se avecinaría hacia el segundo año de mi estancia ahí.
Trataré de resumir así lo que viví con relación a aquel 20 de abril de hace diez años. En enero de 1999 el recién elegido Dr. Barnés se dirigía a la comunidad universitaria para anunciar su intención de elevar el ridiculísimo costo de la matrícula (20 centavos al año) a lo que serían $750.00 pesos por semestre. La decisión fue tomada por el Consejo Universitario, órgano colegiado (autoridades, estudiantes, maestros e investigadores) que gobierna a la UNAM. La reacción no se hizo esperar y comenzaron a circular panfletos y boletines informativos. Declaraciones en los medios. Canciones, consignas, discursos. Todo desembocó en la toma de las instalaciones de la que todos ya han oído.
Estoy seguro de que el CGH jamás tuvo el respaldo de la comunidad universitaria. Prueba de ello fueron las numerosas clases extramuros que se impartieron durante la huelga. Y he aquí mi primer conflicto. No me mantuve al margen del movimiento, como mi familia hubiese deseado. Con algunos compañeros asistíamos al Auditorio Che Guevara/Justo Sierra para las sesiones maratónicas (algunas duraban hasta 8 horas) de debate y resolución. Ahí, lo anacrónico: "compañeros, la lucha contra la represión apenas comienza y es de todos"; la necedad: "vamos a votar sobre cómo vamos a votar de aquí en adelante"; la ignorancia: "defendamos la gratuidad de la educación que está asentada en la constitución"; la anulación de la disidencia: "eso que propones corresponde al ideario burgués". En algún momento platiqué con algunos compañeros que eran miembros del CGH sobre si realmente era necesario cerrar la universidad. En todas las ocasiones en que intenté establecer el diálogo me topaba con el muro infranqueable de las consignas y los eslógans.
Fue entonces que entré a todos los cursos que pude para aprovechar el tiempo, con la creencia optimista de que el conflicto se resolvería en cualquier momento. Y nada. Los días se sucedían sin cambios. Las portadas de los periódicos incluían siempre información del conflicto. Circulaba entre nosotros, medio en broma y no, la idea de que La Jornada se había transformado en el boletín institucional del CGH. Cuando caminábamos por Ciudad Universitaria, el deterioro y el vandalismo estaban por todas partes. (La foto donde aparezco frente a la intervención en el mural de Siqueiros que aquí incluyo corresponde a estos días.) Con todo lo contradictorio que resulte, recuerdo ese año como uno de mis más felices, pero eso ocupa ya otros ámbitos.
En noviembre renunciaba el tristemente gris Rector Barnés. Era la principal demanda del CGH para ese entonces. Las cosas no cambiaron y en lugar de flexibilizar su postura, el CGH recrudeció y sus demandas se incrementaron. El nuevo Rector De La Fuente convocó a una consulta para toda la comunidad universitaria. No recuerdo bien cómo era la papeleta, pero sí el haberme opuesto a que siguiera la huelga.
Por esas mismas fechas el futuro comenzaba a angustiarme. Seguí la sugerencia de algunos amigos y, junto con mi familia, decidí presentar el examen de admisión para la carrera de Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Resta decir que fui aceptado y con una buena beca. Sin duda, mi vida fue otra.
Apenas había iniciado mi primer semestre en la UIA (domingo 7 de febrero de 2000) cuando miré incrédulo, en la televisión, cómo muchos de mis compañeros de la Facultad eran detenidos en lo que (estoy seguro) fue la primera operación exitosa de la Policía Federal Preventiva. Recuerdo que ese día, por la tarde, fui al teatro Julio Castillo a ver
Felipe Ángeles de Elena Garro, dirigida por Luis de Tavira.
Diez años han pasado del inicio de la huelga y ver hacia atrás resulta amargo. No lamento las decisiones que tomé. Lo duro es haber sido testigo de cómo los líderes, en nombre de un bien mayor común a todos, han podido actuar incluso ignorando la voluntad de las mayorías que dicen representar. Es claro que no sólo me refiero al CGH cuando hablo de esta práctica que raya en el autismo y la demencia.
Diez años han pasado y no conservo la misma ingenuidad. Diez años y la huelga de 1999 es elevada a los altares, equiparándola con el movimiento estudiantil de 1968, al organizar una marcha a las oficinas del rector. Diez años en que el
Auditorio Justo Sierra / Che Guevara, ha permanecido sitiado por colectivos 'estudiantiles' que lo han rebautizado como "el único espacio libre, rebelde y autogestivo de Ciudad Universitaria". Diez años y
una estudiante de la FFyL es hallada en un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Diez años de un movimiento basado desde sus inicios en la nada. Son diez años en que, tristemente, nada se ha resuelto.
Conmemorar la huelga con marcha y toquín es celebrar la intolerancia y la cerrazón. Creo firmemente en que será necesario un replanteamiento del proyecto de la Universidad Nacional. Si la universidad es idealmente un espacio para el diálogo y la diversidad, es evidente que algo anda mal en la UNAM. Consideremos, en este nefasto aniversario, si con nuestros impuestos y nuestra indolencia estamos concediendo tribuna y parapeto a minorías dispuestas a cancelar las libertades de los otros, guiadas por su sola voluntad.