¿Por qué México no crece?
DENISE DRESSER
1Porque el modelo económico mexicano no tiene la mezcla correcta de Estado y mercado, regulación e innovación; es un ejemplo de lo que el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, llama crony capitalism: capitalismo de cuates, capitalismo de cómplices, que funciona con base en la discrecionalidad y la colusión, no con base en las reglas claras o la transparencia.
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Porque el Estado protege privilegios, defiende cotos, elige ganadores, y permite la perpetuación de un pequeño grupo de oligarcas con el poder para vetar reformas que perjudicarían sus intereses.
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Porque esas prácticas nocivas han construido un andamiaje de privilegios y monopolios y duopolios y nudos sindicales que, a su vez, producen cuellos de botella en sectores clave para el desarrollo de cualquier país: telecomunicaciones, servicios financieros, transporte, energía, entre otros.
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Porque México carga con los resultados de esfuerzos fallidos por modernizar su economía durante los últimos 20 años. Las reformas de los ochenta y noventa entrañaron la privatización y la liberalización comercial. Pero esas reformas no produjeron una economía de mercado dinámica debido a la ausencia de una regulación gubernamental eficaz, capaz de crear mercados funcionales, competitivos. Prevaleció la discrecionalidad entre los empresarios que se beneficiaron de las reformas y los funcionarios encargados de regularlos.
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Porque debido a ello, México está atrapado por una red que opera a base de favores y concesiones y protección regulatoria que el gobierno empresarial ofrece y la cúpula empresarial exige para invertir; una red intrincada de actores que capturan rentas a través de la manipulación o la explotación del entorno económico, en lugar de generar ganancias legítimas a través de la innovación o la creación de riqueza. Y los consumidores de México contribuyen a la fortuna de los rentistas cada vez que pagan la cuenta telefónica. La conexión a internet. La cuota en la carretera. La tortilla con un precio fijo. La comisión de las Afores. La comisión por la tarjeta de crédito.
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Porque la concentración de la riqueza y del poder económico entre esos “jugadores dominantes” con frecuencia se traduce en ventajas injustas, captura regulatoria y políticas públicas que favorecen intereses particulares. Peor aún, convierte a los representantes del interés público –presidentes, secretarios de Estado, senadores, diputados– en empleados de los intereses atrincherados del país.
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Porque entonces no queda claro quién gobierna. ¿El Senado de la República o Ricardo Salinas Pliego cuando logra controlar los vericuetos del proceso legislativo, como lo hizo en el caso de los corresponsales bancarios? ¿La Comisión Nacional Bancaria o los bancos que se rehúsan a cumplir con las obligaciones de transparencia que la ley les exige? ¿La Comisión Federal de Competencia o Carlos Slim? ¿La Secretaría de Educación Pública o Elba Esther Gordillo? ¿Pemex o Carlos Romero Deschamps?
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Porque el meollo detrás de la mediocridad económica de México se encuentra en su estructura económica y las reglas del juego político que la apuntalan; una estructura demasiado pesada en la punta de la pirámide; una estructura oligopolizada donde unos cuantos se dedican a la extracción de rentas a costa de los consumidores; una estructura armada con complicidades y colusiones que el gobierno permite y de la cual también se beneficia.
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Porque muchos miembros del gobierno hablan del crecimiento económico como primera prioridad, cuando en realidad lo perciben como una meta secundaria. Más bien buscan asegurar un grado mínimo de avance para mantener la paz social, pero sin alterar la correlación de fuerzas existente; sin cambiar la estructura económica de manera fundamental. De allí la propensión a anunciar medidas cortoplacistas, a eludir las distorsiones del sistema económico, a llegar a acuerdos que tan sólo institucionalizan el statu quo.
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Porque ese modelo ha producido monstruos; ese apoyo gubernamental a ciertas personas y a ciertos grupos ha producido monopolios y duopolios y oligopolios y líderes sindicales rapaces que ya no pueden ser controlados. Esas “criaturas del Estado”, como las llama Moisés Naim –el editor de la revista Foreign Policy–, hoy amenazan con devorarlo.
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Porque sólo así se entiende la devolución de 550 millones de dólares a Ricardo Salinas Pliego por intereses supuestamente “mal cobrados”, un día antes del fin del sexenio de Vicente Fox. Sólo así se comprende la manera en la cual tanto la Cámara de Diputados como la de Senadores aprobaron la llamada Ley Televisa. Sólo así se entiende que nadie en el gobierno levante un dedo cuando TV Azteca viola la ley al rehusarse a transmitir los spots del IFE o se apropia del Cerro del Chiquihuite. Sólo así se comprende que la reforma a Pemex deje sin tocar el asunto del sindicato. Sólo así se entiende que a Elba Esther Gordillo se le permita colocar a un alfil suyo al frente de la Lotería Nacional. Sólo así se comprende la posibilidad de darle entrada a Carlos Slim a la televisión sin obligarlo primero a cumplir con las condiciones de su concesión original. Síntomas de un gobierno ineficaz. Señales de un gobierno doblegado. Muestras de un gobierno coludido.
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Porque los efectos de este modelo son cada vez más onerosos y cada vez más obvios. La crisis tan sólo exacerba los problemas que venimos arrastrando desde hace décadas. Mucha riqueza, pocos beneficiarios. Crecimiento estancado, país aletargado. Intereses atrincherados, reformas diluidas. Poca competencia, baja competitividad. Poder concentrado, democracia puesta en jaque. Y un gobierno que en lugar de domesticar a las criaturas que ha concebido, ahora vive aterrorizado por ellas.
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Porque la respuesta, como lo sugería Ricardo Lagos en el foro organizado por el Senado, en el fondo es política. Tiene que ver con la inauguración de un nuevo modelo de relación entre el Estado, el mercado y la sociedad. Si la clase política no logra ponerse de acuerdo sobre cómo construir los cimientos del capitalismo democrático, dinámico, incluyente, México será un país condenado al subdesempeño crónico. Un terreno fértil para los movimientos en contra de las instituciones. Una nación que cojea permanentemente debido a los monopolios públicos y privados que no logra desmantelar, los arreglos corporativos que no logra democratizar, los “centros de veto” que no logra contener; los usos y costumbres del poder que no logra cambiar. Y continuará siendo lo que Felipe Calderón llama “un país de ganadores”, pero donde siempre ganan los mismos.
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