16/2/10

Cuarto de hotel

Desde hace unos días y hasta el ahora, la idea de los hoteles ha incidido en mi cabeza con extraña persistencia. Hace ya un rato me había apropiado de la que, en mi opinión, es la mejor descripción de estar dentro de un cuarto de hotel. Esa añoranza.

Así, por las veces que he asumido el papel de huésped, y que fue hace no mucho, es que puedo afirmar que me gustan los hoteles por las mismas razones usualmente imperceptibles que enumera Atwood. Rented license, that freedom from being seen.

Pienso también en los encuentros fortuitos dentro de tales espacios anónimos que dieron paso a grandes amistades que conservo aún ahora. Vino, fiesta, tumulto, el desenfreno. Por supuesto, la intimidad. Y, desde luego, el culposo placer de ver el tiempo escurrir hacia su exterminio ineludible por fuera de la ventana o en la saturación del televisor. El pasar de las horas. Matar el tiempo. Cuando nada en realidad importa. Cuando sólo se está ahí. Cuando solo se está.

Pienso en el poemario más reciente de Coral Bracho y en lo que habrá de aguardarme su lectura. Entrecruce, coincidencia, concomitancia. Espero leerlo (o al menos una parte) adentro del cuarto de un hotel.

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